El restaurante Coffee Ichuri Food no sólo abre sus puertas a comensales que buscan un menú variado en pleno centro de la ciudad, sino que recibe a jóvenes en situación de riesgo que hacen de la gastronomía su pasión y fuente de ingreso.
Este negocio es el brazo productivo de la Fundación Ichuri, que trabaja desde 2009 en La Paz con niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad, para evitar que, a causa del maltrato en el hogar y otros factores, terminen en situación de calle.
Su objetivo es ofrecer protección, ayuda, apoyo y orientación profesional y calificada a niños y adolescentes afectados por el maltrato infantil, promoviendo en cada familia la capacidad de brindar protección, afecto y bienestar a cada uno de sus miembros.
No obstante, al afrontar dificultades para obtener ayuda internacional que permita sostener la organización, en 2010 surgió la idea de crear un proyecto que generara ingresos y, a la vez, respondiera al carácter social de la fundación.
De esa manera decidieron capacitar en gastronomía a jóvenes que viven en las laderas y que al terminar el bachillerato, por falta de recursos, se ven imposibilitados de continuar con una carrera profesional, explica Carlos Huanca, director de la Fundación Ichuri.
El curso es intensivo y dura tres meses. En este período, además de aprender sobre cocina tipo gourmet, pastelería, chocolatería, gelatina artística y atención al cliente, se les enseña valores de puntualidad, solidaridad, compañerismo, constancia y otros.
“Este proyecto es sólo una herramienta que les ayudará a seguir sus proyectos y aspiraciones personales. Aquí los incentivamos a seguir adelante y a luchar por sus sueños”, asegura Huanca.
El programa selecciona a jóvenes bachilleres de entre 17 y 25 años con bajos recursos.
Los beneficiarios reciben cada día diez bolivianos para transporte, todo el material para las preparaciones, un seguro contra accidentes y, además, 500 bolivianos mensuales durante sus prácticas en distintos restaurantes con los que tienen convenios.
Estas becas son financiadas por diferentes instituciones que se ofrecen a cubrir el gasto de unos 25 jóvenes por cada ciclo trimestral.
A la fecha, lograron capacitar a 300, de los cuales ocho se quedaron en el restaurante de Ichuri y los demás consiguieron trabajo en otros establecimientos.
Incentivo personal
Para Carolina Valencia, de 22 años, trabajar en el restaurante Coffee Ichuri Food no sólo le permitió ganar destreza en la cocina, sino le ayudó a superar su timidez y la motivó a abrir su propio negocio de comida en un futuro.
“No me imaginaba dedicarme a la cocina, pero ahora me encanta. Crecí profesional y personalmente, esto cambió mi vida y me dio una nueva oportunidad de trabajar y ayudar en mi casa”, dice.
Algo similar ocurre con Fanny Mamani, de 20 años, quien antes de ingresar al programa de la fundación soñaba con ser enfermera.
“Por falta de recursos no pude ingresar a la carrera, pero ahora que estoy en gastronomía no quiero dedicarme a otra profesión. Esta experiencia me ayudó a madurar y a ser más paciente en mi casa”, afirma.
Durante la capacitación en materia culinaria también se realizan terapias a nivel personal y grupal con los jóvenes y, de ser necesario, con sus familias para ayudarlos a superar su inestabilidad emocional.
“Todos los conflictos que pasaron en su infancia con sus familias o con el entorno en que se desarrollaron les afectan en su desempeño laboral. Estamos enfocados en trabajar en esas áreas de forma integral”, asegura Huanca.
Dan prioridad al grano de oro
Con un poco de imaginación e iniciativa, este grupo de jóvenes también realizó el menú del restaurante, con platillos innovadores a base de quinua. Muchas de sus creaciones son presentadas en festivales gastronómicos locales.
“Lo que queremos es ofrecer comida nutritiva con el grano de oro, pero no los típicos platos, sino mostrar opciones diferentes que no se encuentran en otros restaurantes”, dice con entusiasmo Luis Daza, de 21 años.
Bajo esta premisa, crearon una variedad de desayunos, platos de fondo, helados, ensaladas, hamburguesas, postres, pasteles y jugos naturales, todos elaborados con quinua.
Carolina Luna, también de 21 años, asegura que los de mayor demanda son los enrollados de quinua, la ensalada de chuli y el tiramisú, que ingresó en la cartilla este año, con una buena acogida.
“Con estas creaciones aprendemos a valorar ingredientes nativos. Y aunque el trabajo en la cocina tiene mucha presión, se convierte en parte de nuestra vida y nos sentimos muy orgullosos de innovar”, dice Carolina.
Fuera de este menú, que llama la atención de clientes extranjeros, también tienen otras ofertas convencionales que las preparan con la rapidez que demanda el oficio.
Y aunque no todos tienen las mismas habilidades en la cocina, los instructores procuran identificar las fortalezas de cada alumno para potenciarlas y que, de esa manera, salgan al mercado laboral con mayor confianza.
“Nos interesa formar jóvenes estables, productivos para la sociedad, que se esfuercen y luchen por alcanzar sus sueños. Aquí sólo les damos la fuerza y las herramientas para que salgan a conquistar el mundo”, concluye Huanca.
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