El líder de la Federación Universitaria Local está detenido más de dos semanas por agredir a policías
Jarlin Coca nunca olvidará la noche del viernes 24 de abril cuando fue esposado con las manos a la espalda y “como un delincuente” fue llevado al penal de San Sebastián.
El dirigente universitario de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) tuvo que dormir, por así decirlo, porque no pegó un ojo esperando el amanecer, abrazando fuertemente sus rodillas hacia su pecho, para no incomodar a sus cerca de 20 compañeros de desgracia en el estrecho y pestilente calabozo, de 2 por 6 metros, a donde llegan los nuevos y purgan sanciones quienes se portan mal.
La jueza Sandra Parra determinó su detención preventiva tras la denuncia del Ministerio Público por el delito de lesiones graves y gravísimas en contra de dos policías. Tomó en cuenta además procesos penales contra Coca por daño a la propiedad de la Federación Universitaria Docente, entre otros.
Dos días antes, Jarlin Coca fue arrestado en un enfrentamiento -el pan del cada día de las últimas cuatro semanas- entre los estudiantes y la Policía.
Por más de un mes, los estudiantes marchan por el centro de la ciudad y protestan ante el edificio del rectorado exigiendo que sus docentes rindan examen de competencia.
Para el dirigente de la Federación Universitaria Local (FUL), los tres días que pasó en el calabozo que a la vez hace de baño, comedor y dormitorio, le fueron eternos. Han pasado más de dos semanas desde la detención del líder trotskista, quien ahora ocupa una de las innumerables celdas del último piso del viejo y vetusto caserón.
Son las nueve de la mañana y comienza la hora de visitas. La fila es tan larga que dobla la esquina de la casona que alberga a más de 600 reclusos en un espacio previsto para 200 detenidos. La mayoría lleva bolsas colmadas de víveres, frazadas o viandas.
San Sebastián es uno de los seis penales de Cochabamba donde el principal problema, como en todo el sistema penitenciario del país, es el hacinamiento producto de la retardación de justicia y cuyo dramático resultado es la privación de libertad del 70 por ciento de los internos, sin una sentencia ejecutoriada.
Encontramos a Jarlin Coca usando la misma polera del día de su detención, una tipo polo de color azul marino con los logotipos de la FUL y de la UMSS a ambos lados del pecho. No está rapado, pero ahora luce un corte cadete.
El militante del Partido Obrero Revolucionario (POR) ha sido designado con tareas que le ocupan toda su jornada. Cada día se levanta a las tres de la madrugada para sacar los desperdicios del penal, limpia las letrinas y ayuda a cocinar la comida para la olla común. No tengo nada de tiempo, dice.
Coca ahora duerme junto a cinco personas en un espacio de dos por tres metros. De noche los colchones son extendidos al suelo, al lado de la única cama y no queda espacio para nada.
En la celda de Coca los internos han instalado tablones en la pared a manera de estantes para guardar sus pertenencias. Cabe también una silla metálica plegable destinada a las visitas. “Es una experiencia muy dura”, dice el dirigente.
Sin embargo, hay reos que duermen en los estrechos pasillos donde apenas cabe una persona o debajo de las improvisadas escaleras instaladas para alcanzar las celdas más altas, semejantes a nichos.
El dinero es el único motor que permite funcionar al reclusorio
Una vez atravesado el umbral, previo interrogatorio y registro ante los guardias de seguridad, se llega a un pequeña ciudadela cuyo único motor que lo hace funcionar, es el dinero.
Comunicarnos con Jarlin Coca o con cualquier otro recluso demanda al menos cinco bolivianos, entre el resguardo de celulares u otro artefacto tecnológico, el perifoneo y la búsqueda del interno.
En la cárcel se puede encontrar de todo, tiendas de abasto, pensiones, peluquería, cabinas telefónicas, zapatería, sastrería, pero todo tiene su costo y hay para todo bolsillo.
COMIDA Los desayunos cuestan desde un boliviano, una taza de café con su pan. La sopa desde Bs 3.50 y un plato de asado con huevo, Bs 7.
“Todo es plata”, dice el dirigente de la Federación Universitaria Local (FUL) y por eso agradece la solidaridad de la población que lo visita porque le lleva pan, fruta y otros alimentos.
Muchos reclusos abren cuentas en los diferentes comercios y cuando reciben su prediario lo destinan a cancelar sus deudas. Es un círculo vicioso que permite la sobrevivencia de los privados de libertad pues no todos pueden trabajar en los talleres.
Los nuevos deben esperar al menos tres meses para integrar alguno de los sindicatos que dan empleo.
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