Si duda entre separarse o no, si no sabe hacia dónde enfocar su carrera laboral, si está harto de no dormir dando vueltas a sus problemas sin hallar una salida, si no encuentra motivación en su vida, si tiene dilemas éticos sobre el cuidado de un familiar anciano, ¡consúltele a un filósofo!
Ha leído bien: a un filósofo.
Cada vez son más los profesionales de este ámbito que ofrecen asesoramiento para ayudar a las personas (y también a empresas) a tomar decisiones, salir de embrollos mentales, resolver retos, conflictos o inquietudes profesionales, familiares, emocionales o existenciales. No es nada nuevo. Esta práctica está en el origen de la filosofía y Sócrates, Epicuro, Séneca y otros muchos pensadores ya entendían esta disciplina como asesoramiento.
"Lo que se ha hecho durante la última década es recuperar un terreno que durante siglos ocupó la filosofía y que luego, con la hegemonía del cristianismo, ocuparon los sacerdotes hasta que, a finales del siglo XIX, fue conquistado por psicólogos y psicoanalistas”, explica Juan Méndez, miembro de la Asociación de Filosofía Práctica de Catalunya, profesor de Filosofía en el colegio Sant Joan Bosco de Barcelona y asesor filosófico.
Soledad Hernández, directora de Consulta Filosófica, cree que muchos de los problemas por los que se acude al psicólogo o que se alivian con pastillas son tan sólo retos inherentes al desarrollo humano –crisis de edad, rupturas sentimentales, la muerte de alguien...– que no necesitan tratamiento, sino sólo vivirlos y hablarlos, y en esa tarea puede resultar de ayuda el filósofo.
"El diálogo ayuda a aclarar cosas, a adquirir un nivel de conciencia mayor sobre lo que se está haciendo, y el diálogo filosófico es claro, ordenado, conciso, profundo, juega con juicio crítico y evalúa las razones, y todo eso ayuda a las personas a ordenar sus ideas, a aclarar donde están sus incoherencias, porque el dolor y la insatisfacción suelen aparecer cuando hay incoherencias en el sistema mental de cada uno”, observa Hernández.
El filósofo y teólogo Francesc Torralba, que asesora a comités de ética de diversas entidades y organizaciones, asegura que "el filósofo no es ningún gurú que viene a resolver los problemas o a dar recetas sobre lo que hay que hacer, sino que ayuda a pensar, a reflexionar, a elaborar el árbol de decisiones, a sopesar los pros y contras y los efectos de cada posible decisión”.
Apunta que uno también puede tratar de resolver sus dilemas o problemas hablando con un familiar o con un amigo, pero hacerlo con el filósofo permite eliminar la carga afectiva, hablar sin temor a causar sufrimiento a personas del entorno, recibir una visión externa y diferente del problema y beneficiarse de la formación intelectual y de las habilidades de estos profesionales para hacer las preguntas precisas, ordenar la reflexión, discernir las prioridades o relativizar los estímulos.
"La estrella de la orientación es saber hacer buenas preguntas, y el filósofo cuenta con un bagaje que le permite hacer las oportunas para que la persona explicite su filosofía de vida, porque muchas veces lo que dificulta el poder tomar una decisión es la propia manera de pensar, porque se tienen en la cabeza ideas que juegan en nuestra contra, o alguien se ha construido una filosofía de vida que le conduce a la infelicidad”, argumenta Méndez.
Y remarca que eso no quiere decir que el asesor le diga lo que ha de hacer con su vida, sino que, al hacerle reflexionar con sus preguntas o al confrontar su manera de ver la vida con las expresadas por otros pensadores, esa persona puede ver lo que le ayuda o perjudica, recupera confianza y capacidad de dar respuesta a sus propias situaciones.
"Se trata de que a través de las preguntas la persona se aclare y llegue a sus propias conclusiones, que pueden coincidir o no con las del filósofo, porque no se trata de llegar a acuerdos ni a un consenso”, apunta Hernández.
Claro que cada asesor filosófico tiene su método de trabajo, y mientras algunos tratan de aclarar el embrollo mental de su cliente mediante el diálogo socrático o mayéutico, a base de preguntas y respuestas, otros –como Méndez– se apoyan también en películas para alentar la reflexión y la opinión de la persona. Y los hay que complementan su trabajo con determinadas lecturas o que recurren a la escritura para que la persona pueda expresarse de forma más reflexiva.
Es el caso de Enric Carbó, de la Asociación de Filosofía Práctica de Catalunya, profesor y asesor filosófico, que complementa el diálogo con ejercicios escritos muy centrados en que la persona descubra los valores que dan sentido a su vida y compruebe si su forma de vivir o la decisión que le atormenta están en consonancia con ellos.
"Presto mucha atención a la forma de expresar porque sólo con el lenguaje ya se detectan muchas cosas; por ejemplo, el ‘tendría que haber...’ es una forma de autocrítica sobre la que hago reflexionar porque intentar corregir el pasado desde el presente es imposible”, razona.
Y pone como ejemplo el dilema que supone para algunas personas ingresar a sus padres en una residencia de ancianos: "Saben que teniéndolos en casa están mal, pero ven que si los llevan a un centro también se van a sentir mal; y en ese caso la filosofía es útil para diferenciar valores y deseos y que la decisión –aunque suponga una renuncia– la tomen con menos culpa sabiendo que se fundamenta en los valores que rigen sus vidas”.
Carbó asegura que, a diferencia de los psicólogos –que acostumbran a buscar el por qué de los problemas o padecimientos de sus clientes–, al filósofo sólo le interesa el para qué, cuál el propósito de vida de esa persona y qué está haciendo para llegar a él, al tiempo que busca aclarar si su forma de vida es coherente con los valores por los que quiere regirse. "En momentos de crisis, cuando tienes un embrollo mental, responder a qué valores dan sentido a tu vida, qué es lo que te sirve de ancla, se convierte en un agarradero, en un faro que pone luz y orden en tu cabeza”, razona.
Los filósofos consultados ponen distancia entre su trabajo y el de los psicólogos, psiquiatras y coaches porque enfatizan que ellos no diagnostican y que su asesoramiento no persigue curar o dar soluciones, sino que se limita a ayudar a sus clientes a pensar y ser conscientes de sí mismos y sus realidades, si bien eso a menudo acaba sirviendo para reducir o aliviar su malestar.
Admiten, no obstante, que hay terapias psicológicas, como la humanista, la Gestalt o el psicoanálisis, que no están muy alejadas del enfoque filosófico. Eso sí, en las consultas filosóficas no hay mesa de despacho ni diván, sino dos sillas que miran en la misma dirección porque el planteamiento de estos asesores es acompañar al consultante en la tarea de pensar por sí mismo a través de un diálogo reflexivo.
Aclarar las claves de nuestra existencia no es tarea fácil ni sencilla, de modo que el asesoramiento filosófico suele requerir entre 4 y 10 sesiones, de una hora o una hora y media, aunque depende de cada caso y de la forma de trabajar de cada filósofo. El perfil de los consultantes es muy variado: adolescentes que buscan saber quién son y hacia dónde dirigir su vida, adultos que se plantean un cambio de trabajo o afrontan una ruptura de pareja, personas con una crisis de edad, faltos de motivación o de relaciones personales... Algunos ya han pasado antes por varios psicólogos y buscan en el filósofo otro tipo de ayuda.
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